Desde que supe lo de la fusión de la CAM pensé que eso era justo lo que necesitábamos. ‘All you need is fusion’, cantarían hoy los Beatles. En aquel tiempo, allá por los 60, la crisis política mundial, con los bloques enfrentados y Vietnam echando más humo que el volcán islandés, todo ponía en peligro la vida, la estabilidad y la paz del mundo. Incluso la continuación del planeta para las siguientes generaciones. Sin embargo, en un contexto de enfrentamiento real, quedaba la esperanza del amor por encima de la guerra.
Hoy, en cambio, los países colaboran para salir de la crisis económica y el peligro es el ataque oscuro y oculto a la moneda. No hay una guerra definida sino que los malos están agazapados dejándonos sin paz interior. Y sin un euro.
La situación es mucho peor que la de la amenaza nuclear. Entonces parecía que el ser humano iba a ser incapaz de dejar su legado a los venideros. Hoy existe un legado, sí, pero de deudas por pagar. Durante siglos.
Y en este contexto, el amor no puede sustituir al maldito parné porque cuando éste falta, el otro resiste poco y mal. Por eso, quizás, lo confundimos con el romance al ritmo de Lady Gaga, los reality y los programas de teleficción. ¡Lo que va de John Lennon a Beyoncé!
La fusión fría es la solución a la situación de un gobierno paralizado por el miedo a convertirse en lo que siempre ha combatido. Una fusión sin pasión ni calor entre fuerzas políticas capaces de sacarnos del atolladero y de asumir, sin ambajes, que más vale la cirugía propia que la amputación ajena. Como en Grecia.
Las fusiones de las cajas no pueden demorarse. Así lo ha indicado el Banco de España con su golpe de efecto sobre Cajasur. Y las demás han presentado armas. O se hace o nos fríe el mercado que ya nos contempla como una Grecia redivida.
En ese contexto, los remilgos políticos de los gobiernos autonómicos sobran. Siempre sobran pero ahora mucho más. La política ha muerto. Vivan los mercados. Ésa es la lección de nuestro siglo.