Sé que no sucederá porque el fútbol tiene un tirón que no tiene el mundo de la canción pero este Mundial me está recordando a las últimas ediciones de Eurovisión. Me refiero a aquellas en las que no había ni ‘triunfitos’ ni frikis del estilo Chikilicuatro.
Fueron esos años en los que Eurovisión dejó de interesarnos porque verlo era observar cómo los país del Este, recién salidos del Pacto de Varsovia, luchaban con todas sus fuerzas para obtener una plaza en el exquisito club de televisiones europeas. En aquel momento su interés era similar al nuestro en los 50 y 60, esto es, que gracias a la participación en el festival de la canción, el mundo conociera el propio potencial y el camino de la modernización.
En ese proceso se encuentran, desde hace ocho o diez años, algunos de los más célebres participantes cuyos nombres ya no son fácilmente memorizados por la mayoría de espectadores españoles: Eslovenia, Lituania o Ucrania no son los clásicos ‘France’, ‘United Kingdom’ o ‘Italy’.
Por eso perdimos interés. España ya no era una gran potencia que se medía con sus iguales sino un viejo socio que veía llegar a las nuevas generaciones.
En el fútbol, con un Mundial tan desmotivador para las grandes Selecciones, parece que vivamos un proceso similar. Francia está avergonzada y fracasada; Italia, campeona del mundo, ya está en casa; Inglaterra está haciendo el indio, de la India, que para eso era territorio imperial, y España. España solo puede aferrarse a su furia roja y a su Latioamerican conection, esto es, unirse al carro potente y vencedor de las Selecciones brasileña, argentina y mexicana a cuenta de que nuestro país siempre ha sido un puente de unión entre América y el mundo.
No sé si es una premonición o la mala suerte que subyace al mantra más repetido de la historia ‘el fútbol es así’. El caso es que el fútbol europeo está en decadencia a la vista de la realidad de Sudáfrica. Frente a él, otras zonas del mundo llevan la voz cantante. Nunca mejor dicho. Al menos, queda una de las grandes de siempre: América latina.