Ahora que ha terminado el semestre español en la presidencia de la Unión Europea y algunas voces preconizan el cambio de gobierno aunque Zapatero diga que no, es el momento de incorporar a Isabel Gemio al Gabinete.

No lo digo por el glamour que para eso ya pusieron a González Sinde, según César Antonio Molina. Tampoco por la capacidad de entretener y protagonizar un show televisivo que ese papel ya lo hace Pajín. Ni siquiera es necesaria para asomar como ‘madre coraje’. Si es por eso, Zapatero no tendría más que elegir a Belén Esteban. Eso sí, evitando llevarla a cumbres internacionales, para no quitar protagonismo a las velinas de Berlusconi, básicamente.

El caso es que, con la Gemio, sería mucho más divertido el factor sorpresa que está caracterizando a algunas decisiones aparentemente inocuas del Gobierno. Primero fue la ayuda a la compra de vehículos cuya carga fiscal venía enmascarada. De ella no supimos hasta que tocó hacer la declaración de la renta y, para entonces, ya era tarde. Ahora ocurre lo mismo con la subida del IVA por lo que se refiere a recibos de agua, luz, gas o telefonía. Nosotros, ingenuos, creímos que el mal comenzaba en julio pero no. Acabamos de saber que nos pueden cobrar el 18% ya desde hace meses.

¿Qué será lo próximo? ¿Convocar elecciones y saber que su resultado no regirá por cuatro años sino por toda la eternidad?

Hay que reconocerle a Zapatero una enorme tendencia a la innovación. En el peor sentido. Nunca dejará de sorprenderme. Por eso quiero que sea Isabel, la gran dama de la sorpresa audiovisual, quien encabece la inevitable venta de iniciativas que todo Ejecutivo necesita.

Ya me lo estoy imaginando. Llaman a mi puerta. Aparece un cámara de televisión que me ciega y desde un monitor, una voz conocida me dice: «MªJosé, ¿sabes quién soy?» y yo, reconociéndola, exclamo: «¡claro que sí, Isabel, ¿que me has traído a George Clooney?». Ella reirá a lo Cruella de Ville y dirá: “no, chata, te traigo un recibo de Zapatero de 200.000 euros, ¿a que no te lo esperabas?”.

Y entonces sonarán las risas enlatadas.