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María José Pou

iPou 3.0

El cristal rojo

En la playa, hay varias banderas que nos hemos acostumbrado a ver: la que indica si podemos bañarnos o no, de color verde, amarillo o rojo; la que nos garantiza la calidad, la bandera azul de Europa, y otra perfectamente reconocible por cualquiera de nosotros, la de la Cruz Roja. Su presencia suele pasar inadvertida hasta que nos pica una medusa y la buscamos con ansia. Es sinónimo de alivio, de cura y de tranquilidad.

Dudo que esa cruz plantee problemas morales a quienes atestamos la arena. Seguramente ni siquiera lo pensamos, es más, alguno habrá caído en la cuenta ahora de que se trata de un símbolo religioso. En origen, lo es, sin duda, pero nadie se acerca allí para que le conforten espiritualmente más allá de lo que supone dejar de maldecir a la madre naturaleza por haber creado unos bichos que tanto escuecen al contacto con la piel.

Lo mismo sucede con las banderas verde, amarilla o roja. Nadie mira la bandera roja y piensa en la revolución bolchevique o la revolución cultural de Mao. Ve el color rojo y reniega por no poder bañarse esa mañana.

Por eso aquí no parece necesario sustituir la Cruz Roja por otro símbolo como el que acaba de ser aprobado, el Cristal Rojo.

Esa variación no es la primera. Todos conocemos la Media Luna Roja o la Estrella de David que usan los países islámicos e Israel, respectivamente. Son adaptaciones que evitan la señal del Cristianismo sustituyéndola por otra, también de carácter religioso más afín a su contexto.

El cristal, sin embargo, no tiene significado religioso y ésa es la razón por la que puede ser usado en cualquier país. La cuestión es adivinar cuánto tardarán algunos en reclamar su uso en España a cuenta del pluralismo religioso.

Por un lado es razonable que se quiera evitar la suspicacia, pero por otro resulta un tanto ridículo habida cuenta de que nadie piensa en la cruz cuando acude a la Cruz Roja. Piensa en ayuda y socorro. Y punto. Me extrañaría que alguien rechazara su servicio por hacerlo al amparo de una cruz. Yo casi lo prefiero.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.