Ya nos pasó con la Eurocopa pero se ha vuelto a repetir, multiplicado, durante el Mundial de Sudáfrica por el éxito que ha acompañado a la ‘Roja’. Me refiero a la repentina necesidad de rodearse de enseñas patrias para ver un partido en el sofá de casa. Yo entiendo ese comportamiento en el campo, para apoyar al equipo de cada uno. Más que nada porque allí los jugadores pueden ver y palpar ese ánimo.
Sin embargo, me cuesta entender la eficacia que pueda tener vestirse con la camiseta del propio equipo o de la Selección cuando uno no va a salir siquiera de casa. ¿En qué les ayuda eso? Es un misterio para mí.
Supongo que entra dentro de la pérdida de racionalidad con la que asumimos vivir un gran evento deportivo que implica emocionalmente a toda la nación. Sólo así se entiende que coloquemos una bandera española en el balcón que para sí quisiera la procesión del Corpus o que nos enrosquemos al cuello una bufanda rojigualda que ni Blas Piñar un 20 de noviembre en el Valle de los Caídos.
Lo que más me ha preocupado estos días, sinceramente, es ver la evolución de la venta de camisetas de la Selección en los ‘chinos’ de Russafa. Hay uno, cerca del mercado, que no es que sea tienda multiprecio sino que es toda la China Popular metida en pleno barrio de lo grande que es.
El caso es que estos días, cada vez que pasaba, veía en la puerta un montón de camisetas colgadas. Siempre estaban ahí. Me hacía gracia ver enseñas tan patriotas en un comercio de chinos pero luego me di cuenta de que su negocio era no tener remilgos para vender cualquier cosa. Por eso allí puedes comprar hasta un Sagrado Corazón de Jesús con rasgos orientales, a quien solo le falta el gong para ser multicultural.
Ayer por la mañana supe que algo iba a pasar porque no quedaba ni una. Tampoco en derredor. ¿Es posible que se agoten banderas y camisetas? A este paso será en los vestuarios de los estadios donde veamos el ‘Todo por la patria’.