A Montilla le hace falta un pulpo. O una sepieta o una langosta de la Costa Brava. No importa. Lo que necesita es un bicho que se sitúe sobre la quatribarrada y le garantice que Catalunya va a ganar el Estatut.

Más que nada porque resulta una pena que hayan escogido la víspera de la final de un Mundial de fútbol (ahí es “ná”) para reivindicarse como nación. ¡Hombre, por Dios! Con la de días que hay en el año. Con la de años que hay en la historia futbolística de este país, incluso del suyo; con la de décadas que España está deseando verse en un Mundial de reinona y han de elegir la víspera para señalarse.

También es mala pata. Quién iba a pensar que este domingo íbamos a tener la tarde-noche ocupada gritando ‘España España’ hasta los niños de pecho. Podían haber escogido cualquier día, ¡cualquiera! -la Diada, el final de la presidencia española, el 12 de octubre, el día de San Jordi- y en todos ellos hubieran tenido su sitio, su protagonismo mediático y su tirón.

Pero ir a compartir protagonismo como Nación diferenciada de España, con su pizca de negación histórica, justo cuando hasta el más recalcitrante tiene la tentación de enfundarse una bufanda rojigualda para sentir que hace Historia, es bastante fastidiado que, traducido en la lengua patria, significa «el teniu fotut, nois, molt fotut».

No es por desanimar pero yo, en vez de tanta proclama y tanto lema manifestero para arriba y para abajo, me sacaría de la pecera una sepieta ‘petitona’, mona y coquetona, con barretina en todo lo alto y aficionada a hacer la ola mientras escucha a Lluís Llach.

Le pondría dos urnas, una con la bandera de España y otra con la senyera. Y dejaría que ella sola decidiera cuál es su nación.

Si funciona, solo tienen que llamarle Montse, sacarla en el informativo y decir que no falla nunca las predicciones de Catalunya: que así lo hizo cuando se le preguntó si Villa debía ir al Barça, si Laporta debía ser político y si Millet debía algo a Hacienda. Ni el PP podría oponerse.