He de admitir que ayer me despertó del letargo canicular una cita de Zorrilla.
Fue en la sobremesa, cuando miles de grados a la sombra estresan a los trabajadores de la construcción no tanto como su trabajo estresa a los controladores aéreos, al parecer.
La diferencia es que los pobres albañiles no paralizan España con su malestar y luchan contra las inclemencias laborales de su salud cantando al Fary a las cuatro de la tarde y fastidiando solo a los vecinos de la finca contigua en lugar de a varios millones de personas.
Ese momento de vigilia suelo distraer mi conciencia, que no mi moral, dejándola vagar entre las brumas del sueño español por antonomasia, esto es, la siesta de julio que no tiene parangón con ninguna otra, sobre todo, porque en agosto es la dueña y señora de mi tiempo y en cambio en julio es solo una okupa.
El caso es que, mientras iba entrando en un cierto duermevela con las noticias, antes de sucumbir definitivamente a la ‘serpiente multicolor’ del Tour, escuché un fragmento del debate parlamentario.
En él, la portavoz del grupo popular, Sáez de Santamaría, declamaba sin entusiasmo el momento en el que Don Juan resume su vida con amargura. Ella lo atribuyó a Rodríguez Zapatero y concitó los aplausos de sus compañeros de bancada si bien no sus ecos. A nadie vi mover los labios repitiendo en voz bajita esos mismos versos, como cuando alguien se sabe el poema y se suma a su proclamación pública.
Nunca sabré si es que lo desconocían, si era la primera vez que lo escuchaban, si dudaban sobre el tal Zorrilla y pensaban que era un mensaje subliminal con muy mala uva o sencillamente si eran tímidos y no querían restar protagonismo a la pregonera de la Carrera de San Jerónimo.
Lo que me llamó la atención no solo fue escuchar una cita ilustrada en lugar de cuatro tópicos malencarados sino lo que dejó fuera la portavoz. El verso termina con un «a las mujeres vendí» cercenado por Soraya no sé si porque Igualdad y Bibiana serán los únicos legados de Zapatero.