Cada vez que veo en un Parlamento a un grupo de ciudadanos aplaudir exultantes la aprobación de una ley, me preocupo. Normalmente ese gesto responde a una victoria sobre otros, no a un triunfo sobre una versión inadecuada de nosotros mismos.
El problema no es la aprobación de una ley y su discrepancia sino la arrogancia moral con la que algunos miran a quien ha perdido la votación, aunque su resultado haya sido ajustado. Esa actitud se acrecienta por la presencia de público que avala con su aplauso al político.
Quisiera ver esa reacción cuando el Parlamento aprueba los Presupuestos Generales del Estado, cuando convalida un convenio internacional o cuando envía tropas para ayudar a los afganos. Sin embargo, no es frecuente que entonces haya representación ciudadana porque no vende y porque no hay organizaciones detrás de una toma de posición difícil e impopular como el envío de tropas a luchar contra el terrorismo en las montañas afganas.
En cambio, cuando vemos público, por lo general, se trata de leyes o decisiones con impacto mediático, que venden, que quedan bien, que requieren su cuota de espectáculo audiovisual emotivo y un tanto folk.
Pasó en España con la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, en Argentina hace unos días por la misma razón o ayer en Barcelona con motivo de la prohibición de las corridas de toros.
En este último caso, además, el gesto de los políticos en el hemiciclo volviéndose a los antitaurinos que estaban en el tendido de sombra parecía un brindis torero. Era la muestra de la hipocresía: ¿qué grupo llevaba esta decisión en su programa electoral? ¿Quiénes lo han impulsado en su actividad política? Ha sido un «me alegra que me haga esa propuesta» justo a tiempo.
¿Se hubieran vuelto si los antitaurinos hubieran sacado una pancarta para pedir «i ara els correbous i els bous al carrer»? ¡Qué compromiso! Hubiera sido coherente, como coherente es que en esta columna después de declarar mi alegría por la eliminación de las corridas en Catalunya pida que los antitaurinos de allí reclamen lo mismo para toda fiesta con animales. Aunque sea puramente catalana.