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María José Pou

iPou 3.0

Amigos epistolares

Con tanta Blackberry, HTC, iPhone y otros móviles que sirven para escribir en Internet desde la playa, el supermercado, el atasco y hasta el W.C, hay amigos con los que te reúnes para nada. Quedar con ellos es como ir a una rueda de prensa sin preguntas: terminas leyendo lo que está escrito, tal y como pueden hacer cientos de miles por Internet. O sea, si hay que ir se va pero ir ‘pa’ ná’ es tontería.

Y el caso es que se les ve venir. Primero, porque no te llaman como toda la vida. No me refiero a pegar dos gritos desde la calle al estilo «¡Joshua!» sino a levantar el auricular. ¿He dicho ‘levantar’? Uy, qué antigua. Quiero decir teclear el número en el móvil. No. Optan por mandarte un SMS.

Hubo un tiempo en que alguien auguró una nueva Edad de Oro de las Letras Españolas porque Internet y el móvil incitaban a escribir y leer. Lo que desconocían los ilusos que dijeron eso es que no se escribe ni se lee. Se encripta y se traduce porque a mí que no me digan que esto es español: «kdms?! Xk no?? Km m dgs k n, I kll u, xfa xfa xfa!». Pues lo es. Incluso tiene faltas de ortografía. Quién lo diría.

Con esto una ha de viajar a Londres para consultar la Piedra Rosetta y acabar averiguando que el tipo pretende quedar a tomar algo. Y quedas. Te sientas, y tu amigo, conforme va dejando caer el trasero en la silla saca su . ¡que nadie se asuste! Es más grande, más duro y más activo. Es su móvil. Lo deja en la mesa, aparentemente, para no aplastarlo con las posaderas pero es un truco. Lo quiere ver. Quieres que lo veas. Y sobre todo, necesita saber si alguien le busca. O él busca a alguien. O alguien busca a alguien. En una palabra, lo necesita allí. Entre los dos.

A partir de ese momento, suena una música que interrumpe la conversación: un SMS. Otro timbre: una llamada entrante. Un soniquete desconocido: alguien ha comentado su foto en Facebook. Uno más: a alguien le gusta su estado.

Mientras tanto estás intentando seguir un hilo argumental pero cada dos frases, él dirige la mirada a la pantalla. Y aún te dice: sigue, sigue. Yo te escucho. Mentira. Te oye de fondo.

Cuelas una idea de refilón y suenan soniquetes: uno, dos, tres, cuatro y así hasta 17. Es que son 17 los amigos a quienes les gusta su foto. Y se lo dicen.

Y lo peor no es que ellos pretendan que lo sepa sino que él no puede esperar a llegar a casa para saberlo. Al final, te dan ganas de tirarle la leche merengada por la cabeza mientras gritas: «Ahora sí digo ¡Me gusta! Y seguro que a tus 17 amigos, también»

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


agosto 2010
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