Por lo general no me gustan los tópicos porque estereotipan la realidad, sobre todo, los tópicos regionales, es decir, aquellos que aseguran que si alguien nace en un sitio, tiene una forma de ser determinada. Por ejemplo, que los valencianos tenemos sangre de horchata. Yo puede que la llegue a desarrollar por mi afición al oro blanco pero eso no me hace ‘meninfot’. Es como decir que los nacidos en la meseta necesariamente han de ser chulos o los que vieron la luz por primera vez cerca del Llobregat, tacaños.
Sin embargo, admito que hay un rasgo atribuido a los habitantes de estas tierras que me va como anillo al dedo y piercing al ombligo. Me refiero al ‘pensat i fet’. Hay quien lo llama improvisación pero yo prefiero calificarlo de espontaneidad, creatividad y espíritu de aventura. He de reconocer que algo de eso tiene, no porque sea una forma de plantearse la vida positiva y llena de beneficios -que no- sino porque tiene una porción de riesgo y emoción que no consigue quien planifica todo hasta el último milímetro seis meses antes del evento.
Por culpa de eso, precisamente, me hallé hace unos días en medio de la calle Zapadores sentada en una silla de playa a las cuatro de la mañana. No es que quisiera comprar una entrada para el concierto de Bisbal ni presentarme al casting de Gran Hermano. No. Era mi ‘momento homeless’, ‘sin techo’, dicho sea con todo respeto y consideración hacia quien no se encuentra así por imprevisión o tontuna sino por canalladas del destino.
De pronto me vi con una silla y una mochila donde guardaba todas mis pertenencias pasando la noche en mitad de la calle, con algún gato por toda compañía. Desde entonces sé que podría participar en ‘Supervivientes’. Mi mochila así lo afirmaba para sorpresa de algunos: termo con café con leche, magdalenas, sándwich, agua, mp3, libro (de Pajuelo, por cierto), crucigramas y bloc donde tomar notas. Y toda la noche por delante. Solo se me olvidó un spray antimosquitos y me acribillaron.
Todo eso para renovarme el pasaporte por no haber previsto que un viaje a Sudamérica lo necesitaba con vigencia de 6 meses y el mío caducaba en octubre. Sé que la policía me diría que existe la cita previa y realmente es una idiotez sufrir esa noche ‘homeless’ por no haber pedido hora con tiempo pero a veces las cosas vienen así y así hay que tomarlas.
Allí estuve. Fueron 40 minutos terribles hasta que empezó a llegar más gente, pero. ¡Era la primera de la fila! Yo siempre he pensado que los primeros eran como los que ganan la Lotería el 22 de diciembre, figurantes que no existen porque nunca conoces a alguien que haya ganado. Pues no, señores. En efecto se puede ser la primera si una es de dormir ligero. No es que yo quisiera competir por el Guinnes; simplemente me quería asegurar. Y vaya si lo hice. Tuve unas ojeras segurísimas.