Para haber sido considerada una ‘putada’ (sic), los sindicatos se están tomando la huelga del 29-S como si estuvieran convencidos. Que no circulen los trenes excepto cercanías; que no haya vuelos internacionales; que los abuelos no cuiden de los nietos. a ratos parece que lo que están haciendo no es movilizar sino coaccionar.
Entiendo que deben organizar los servicios públicos de modo que los trabajadores de ese sector puedan hacer huelga si así lo consideran, pero dejar a cero los vuelos internacionales o los trenes entre grandes capitales o permitir únicamente un convoy al día en una línea concreta significa, de facto, imponer la huelga a quienes usan esos medios de transporte para ir a trabajar. O para volver a casa de una reunión de trabajo del día anterior.
Una huelga general, por definición, paraliza un país pero aquí lo preocupante es que se esté forzando un resultado abrumador cuando los ciudadanos no están decididos a ir a la huelga.
Me recuerda el enfado que me produce que un conductor listillo me adelante saltándose un semáforo, pasando por encima de la línea continua, circulando por el arcén o subiéndose a la acera hasta conseguir su objetivo.
Para mí es como el jugador de póquer que guarda ases en la manga. Podrá ganar, pero pierde todo el respeto como jugador. Con el conductor aprovechado pasa lo mismo. Llegará antes pero lo conseguirá haciendo trampas y eso no vale.
Si la huelga por fin es un éxito quizás sea por los trucos de los sindicatos, no tanto por un clima general de huelga que, sinceramente, no se percibe. Si la convocatoria tuviera posibilidades de cambiar algo, las cosas serían distintas.
Esta huelga parece una pataleta sindical ‘por imperativo identitario’ más que por un rechazo real a la política del gobierno. Es más, si hubiera que rechazar algo con un gesto sería no solo la reforma laboral sino toda una política de prebendas y subvenciones que resulta, vista con perspectiva, un gran pesebre nacional al que se han acomodado quienes más tendrían que haberse opuesto. Es lo que tiene el aburguesamiento, que enfada cuando no se alcanza, pero gusta mucho cuando se tiene.