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María José Pou

iPou 3.0

Evo, una patada reveladora

Dicen los expertos que los niños deben jugar. El juego es esencial para su desarrollo. En él aprenden la cooperación con otros para lograr un objetivo; toman conciencia de la necesaria espera del turno y el respeto al de los demás o cultivan su resistencia a la frustración cuando no consiguen ganar.

El juego, por tanto, es una escuela de vida con la salvedad de que en ésta no podemos dar un puñetazo en el tablero y empezar de cero sino continuar la partida aunque estemos perdiéndola. No hay ‘reset’ y cuando aparece el ‘game over’ la pantalla se funde en negro por siempre jamás.

Por eso es conveniente observar al enemigo mientras juega. Su actitud revelará si es paciente o impaciente; si diseña una estrategia o improvisa; si tiene inteligencia emocional para controlar sus ansias de venganza y su precipitación o sencillamente si se está divirtiendo o bien convierte la partida en un juicio sobre sí mismo. Si hace eso estará demostrando su baja autoestima y nos ayudará a vencerle más fácilmente.

Esa es la razón por la que a mí me gustaría vivir todavía en tiempos de duelos pero en lugar de citar en un bosque para pegarse tiros, yo invitaría a mi enemigo a una partida de Risk, de parchís o de Monopoli. Tras ella, vencer al adversario fuera del tablero sería coser y cantar.

Así pues recomiendo vivamente que Zapatero y Rajoy; Rita y Calabuig o Gómez y Esperanza Aguirre jueguen al fútbol en lugar de gastar millones en campañas y otras zarandajas. Como Evo Morales, capaz de pegar patadas a quien le ha pisado en el campo, es decir, incapaz de controlar su ira, vengativo y dispuesto a eliminar al contrario, no a ganarle limpiamente.

Lo peor en la escena de Evo Morales pegando patadas vestido de corto es la cobardía del árbitro, que no le expulsó a pesar de la gratuidad de la agresión y la justificación del ministro de Deportes, alegando que algunos no se dan cuenta de que hay que dar prioridad a un presidente cuando juega. Eso lo dice ya todo. Parecen modos de reyes absolutistas, niños malcriados o violentos antidemócratas.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.