Dicen los expertos que los niños deben jugar. El juego es esencial para su desarrollo. En él aprenden la cooperación con otros para lograr un objetivo; toman conciencia de la necesaria espera del turno y el respeto al de los demás o cultivan su resistencia a la frustración cuando no consiguen ganar.
El juego, por tanto, es una escuela de vida con la salvedad de que en ésta no podemos dar un puñetazo en el tablero y empezar de cero sino continuar la partida aunque estemos perdiéndola. No hay ‘reset’ y cuando aparece el ‘game over’ la pantalla se funde en negro por siempre jamás.
Por eso es conveniente observar al enemigo mientras juega. Su actitud revelará si es paciente o impaciente; si diseña una estrategia o improvisa; si tiene inteligencia emocional para controlar sus ansias de venganza y su precipitación o sencillamente si se está divirtiendo o bien convierte la partida en un juicio sobre sí mismo. Si hace eso estará demostrando su baja autoestima y nos ayudará a vencerle más fácilmente.
Esa es la razón por la que a mí me gustaría vivir todavía en tiempos de duelos pero en lugar de citar en un bosque para pegarse tiros, yo invitaría a mi enemigo a una partida de Risk, de parchís o de Monopoli. Tras ella, vencer al adversario fuera del tablero sería coser y cantar.
Así pues recomiendo vivamente que Zapatero y Rajoy; Rita y Calabuig o Gómez y Esperanza Aguirre jueguen al fútbol en lugar de gastar millones en campañas y otras zarandajas. Como Evo Morales, capaz de pegar patadas a quien le ha pisado en el campo, es decir, incapaz de controlar su ira, vengativo y dispuesto a eliminar al contrario, no a ganarle limpiamente.
Lo peor en la escena de Evo Morales pegando patadas vestido de corto es la cobardía del árbitro, que no le expulsó a pesar de la gratuidad de la agresión y la justificación del ministro de Deportes, alegando que algunos no se dan cuenta de que hay que dar prioridad a un presidente cuando juega. Eso lo dice ya todo. Parecen modos de reyes absolutistas, niños malcriados o violentos antidemócratas.