Por lo que se ve, el final de la legislatura, tanto en el entorno local como en el nacional, va a estar marcado por el uso del abucheo, el pataleo y la presunta convocatoria “espontánea” contra los líderes, ya sean del PP como del PSOE.
Hasta la fecha hemos contemplado cómo algunos grupos de ciudadanos han aprovechado un acto público para afear la conducta a los políticos en el poder: Barberá y Camps, en nuestro entorno más próximo; Zapatero, en el Día de la Hispanidad o ayer mismo Manuel Chaves y el alcalde de Sevilla, Sánchez Monteseirín en la capital andaluza. A veces son colectivos profesionales como los funcionarios andaluces contra el vicepresidente Chaves o los guardias civiles contra Rubalcaba pero otras son ciudadanos que manifiestan así su queja. ¿O no?
Llama la atención que unos abucheos se descalifiquen y otros ni siquiera se cuestionen. La opinión sobre ellos varía en función de qué dicen y contra quién lo dicen. Para algunos, si su destinatario es Zapatero responden a un enfado lógico de los sufrientes de la crisis. Para otros, es suficiente con saber que piden la dimisión de Zapatero para encuadrarlos en la extrema derecha y reducirlos a estrategias organizadas de desestabilización.
En la clave local ocurre lo mismo. Para determinadas voces las protestas que ha sufrido Camps en algunos actos públicos recientes se explican por el hartazgo de los valencianos, en cambio, para otros son maniobras orquestadas por la oposición para endurecer el último tramo de la legislatura.
Si eso es así, si el abucheo es una estrategia integrada en la lucha por el poder, resulta extremadamente preocupante. No que lo use la extrema derecha. Ésa nos tiene acostumbrados a los métodos situados en el filo de lo democrático. El problema es que esa misma técnica proceda de una izquierda presuntamente no extrema ni antidemocrática.
Sin duda el abucheo “entra en el sueldo” del político y es razonable cuando el ciudadano se siente estafado pero la protesta callejera tiene un certificado posterior: el que otorgan las urnas. Por eso preocupa que no haya correspondencia. Que todo sea ficción y cálculo electoral. Aunque dañe la convivencia conscientemente.