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María José Pou

iPou 3.0

El bingo del jubilado

Nunca me gustó el bingo. Ni el profesional ni el casero. Jamás he estado en uno de ellos y cuando alguien ha propuesto jugar a eso en casa he procurado hacer mutis por el foro. O por donde fuera.

Sin embargo, desde que he sabido que las autoridades baleares han requisado los bingos de los hogares del jubilado por competencia desleal, me han entrado unas ganas locas de jugar. Al casero. Al otro, ni agua.

Los pobres jubilados mallorquines no entienden qué competencia puede hacer un bingo de juguete y unos cartones a 20 céntimos. Si los bingos de verdad pusieran esos precios, se entendería, pero de competitivos, nada. Ni lo que cuesta el cartón ni los premios que se llevan.

Y lo que es más importante: los jubilados no juegan por hacerse ricos. Estaría bueno. Vale, de acuerdo, hay pensiones que convertirían en rico al ganador de cinco cartones de a 20 céntimos pero no es ése el objetivo del juego.

Por eso me parece inaudito que las autoridades no apliquen el sentido común y solo apliquen la norma. La norma obliga a requisar los juegos, las bolas y los cartones pero el sentido común aclara que no es comparable lo que sucede en el hogar del jubilado con lo que hace un bingo profesional.

Es cierto que podría considerarse una práctica desleal si realmente fuera equiparable, pero no lo es. Esos jubilados jamás irán al bingo de verdad -no les da la cartilla para eso ni en sueños-, lo que significa que no les están quitando clientes a los bingos.

Si se aceptara lo demandado por los bingos, habría que pedir a las autoridades que también requisasen los juguetes con forma de bingo pues son susceptibles de convertirse en armas de competencia masiva. Si solo se vendieran esos juguetes para quienes no pusieran dinero ¿qué gracia tendría entonces jugar al bingo? ¿Ganar “porrats”, como se hace con los críos?

Lo dicho. Si la razón no impide el despotismo balear, propongo hacer huelga de bolis caídos en los bingos y cambiarlos por sesiones de bingo en cada falla y plaza española. A ver si cantamos línea o las cuarenta.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.