Los problemas de Obama para mantener su liderato evidencian uno de los efectos de la crisis: su capacidad para cuestionar a los líderes mediáticos.
El paro y las dificultades para llegar a fin de mes son como agujas que pinchan de un golpe los globos que han elevado a los líderes de última generación hasta un cielo imposible. Son personajes que, más allá de su preparación y sus cualidades, recurrieron a un fabricante de imágenes portentosas. Éste les ha proyectado sobre las nubes y han resultado creíbles durante los buenos tiempos.
Pero con la dura recesión, las películas no sirven. Cuando había dinero, trabajo y bienestar para todos, un político bien podía dedicarse a los juegos florales. Sin embargo cuando las hipotecas ahogan y los sueldos son inseguros, lo que quiere la gente no es un discurso ideológico plagado de grandes conceptos y de ‘buenismo’ mundial sino repleto de soluciones con certificados de eficacia, incluso aunque sean duras.
En el punto en el que estamos, los norteamericanos ven estupendo un presidente afroamericano, el rescate de grandes discursos («I’ve a dream») e incluso su sustitución por un «Yes, we can» pero inmediatamente después se hacen preguntas: si su sueño de independizarse, casarse y tener una familia podrá cumplirse como ocurrió en la generación de sus padres. O bien si es posible decir «Yes, I can» si no encuentran trabajo y el que encuentran es provisional e inseguro.
Es cierto que detrás de la caída de Obama también está una derecha con los motores a pleno rendimiento pero pesa más una sociedad necesitada de un cambio de rumbo que requiere más de una legislatura para constatarse.
Eso mismo puede sucederle a Zapatero aunque en España el factor estrictamente político tenga más peso que en EE. UU. No parece que las recetas del Gobierno sean adecuadas pero, aun en el caso de que lo sean, no tiene tiempo material para hacer promesas creíbles.
En año y medio y sin recursos de libre disposición gubernamental por el control de las autoridades internacionales, es difícil convencer a un electorado sufriente y desencantado. Los conejos de la chistera ya no valen. Habrá que pensar en otra cosa.