Me parece muy bien que quienes consideran innecesaria la visita papal lo digan. Incluso que celebren una jornada festivo-reivindicativa bajo el nombre -ocurrente donde los haya- de “Habemus party”.
Cada cual que proteste de lo que quiera: de que falte carril bus, de que España no apoye al Sáhara o de que el invierno sea frío y el verano, caluroso. Derecho a patalear tenemos todos. Razón, no siempre.
Lo mismo sucede con las protestas por destinar dinero público a un evento católico. Yo lo veo razonable, pero entiendo que a otro le parezca mal. Ahora bien, lo que no comparto es la hipocresía sobre ese tema que subyace en algunos gestos, algunos mensajes y algunas declaraciones.
No voy a entrar en guerras de cifras aunque, para ser honestos, convendría poner en relación costes de una visita papal y de otros eventos. Tampoco estaría mal hacerlo con el número de participantes en manifestaciones contrarias al Papa, perfectamente legítimas pero desproporcionadamente minoritarias en relación a sus seguidores.
Sin embargo, sea poco o mucho, lo que me preocupa es la utilización del argumento ad hoc cuando se trata de la Iglesia.
Si es por considerar inconveniente que los no católicos financien celebraciones católicas, lo que no podemos admitir es que solo se cuestione el destino del dinero público cuando sus protagonistas son católicos. Hay quien no quisiera financiar con sus impuestos el pago de rescates en alta mar, los pabellones españoles en exposiciones universales, las películas deficitarias del cine español o los bancos con problemas.
O cuestionamos el principio o nos convertimos en sectarios si excluimos únicamente a una organización que, como decía ayer el embajador español ante la Santa Sede, agrupa a millones de españoles. No me refiero a quienes están bautizados que suponen el 92,5% sino a quienes participan semanalmente en el culto: más de seis millones. Son más de los que llenan los estadios de fútbol cada domingo -decía Vázquez-. En efecto. Son tres veces más que los afiliados a UGT y CCOO, por ejemplo.
Así pues, seamos coherentes y estemos dispuestos, cuando protestamos, a aceptar que el criterio también pueda ser aplicado a nuestro propio negociado.