Ya pasó con Juan Pablo II, ha ocurrido con Benedicto XVI y sucederá con el siguiente Papa. Me refiero a la utilización política de su figura, sus palabras o sus gestos a conveniencia de cada cual.
Entonces fue la postura de Juan Pablo II contra la guerra de Irak. Quienes diez minutos antes lo denostaban por arcaico, inquisidor y no sé cuántos cariñosos apelativos más, de pronto lo encontraron sensato, lúcido y plenamente moderno. Solo porque había manifestado su posición claramente contraria a la invasión de Irak. Entre quienes defendían esa medida violenta estaba Aznar, como es obvio.
Por eso una izquierda que rechaza toda palabra que salga de Roma se encontró de repente muy solidaria y cercana a ella. Pura filfa. Solo lo hicieron para abofetear al presidente de la derechona española en sus narices católicas.
Ahora ha sucedido lo mismo con Carod Rovira diciendo que “un Papa alemán ha hecho más por el catalán que cualquier presidente español” porque la liturgia de dedicación de la ya Basílica de la Sagrada Familia ha transcurrido en catalán, castellano y latín. O sea, se ha incorporado con absoluta normalidad sin hacer de ello una banderola que no le corresponde a la Iglesia -ni siquiera a la Abadía de Montserrat, aunque ellos no se lo crean- ni hacer del tema un problema insuperable como se ha hecho en Valencia negando la posibilidad de tener un misal en lengua propia.
El problema es que Carod Rovira se pasa lo que diga el Papa por el asta de la quatribarrada pero ahora le viene muy bien utilizarlo en su propio beneficio y más en vísperas electorales.
Luego algunos dirán que la Iglesia se mete en asuntos políticos o que busca la injerencia en temas que no son de su competencia, pero también ella tiene que aguantar que estos personajes la usen, como un kleenex, cuando les conviene o lo que es lo mismo cuando su mensaje y el del Papa coinciden. Es el mismo uso y abuso al que sometieron a Juan Pablo II y su rechazo a la guerra de Irak.
Lo coherente es o ignorarlo siempre o darlo por válido aunque duela.