He de admitir que me suelen incomodar los cambios ortográficos pero como hace años que la Española me parece sometida a una vorágine de renovación ad nauseam, ya no le doy importancia. Simplemente me digo: «Ay, don Lázaro (Carreter), qué cruz tenemos con don Víctor (de la Concha)». Y a veces, hasta creo que me responde desde el más allá con un «Yeah».
La última académica ha sido quitarle peso al alfabeto sustituyendo la denominación de algunas letras e incluso llamando ‘dígrafo’ -que no letra- a la santa alianza entre la C y la H o la duplicación de la L, o sea lo que siempre han sido la Ch y la Ll.
Entiendo que considerar la ‘ce hache’ una letra presenta una disfunción. A cualquier niño al que le enseñes el alfabeto se le ocurriría solo (¿sólo solo?, habría que preguntarse, pero este es otro cantar) y te diría: «¿eso no son dos letras?» En efecto, ha venido a decir la Academia.
Sin embargo el cambio que más guasa ha despertado es la forma de llamar a la Y. Los antiguos diremos dentro de poco «en mis tiempos se llamaba ‘i griega’ pero ahora con la modernidad, se llama ye-ye». No llega a tanto pero hay que reconocer que circulan por Internet bromas al respecto de lo más ocurrentes. Una de ellas es el nombre de un grupo de fans en Facebook que sugieren llamar ‘nano’ a la Z. El objetivo es muy valenciano: acabar el alfabeto con un «¡ye, nano!».
La posibilidad de llamar ‘ye’ a una letra tan usada en matemáticas como la Y plantea algunas dificultades hasta que nos acostumbremos. Por ejemplo explicar algunas fórmulas atendiendo a X e Y, o mejor dicho, a equis y ye.
No he podido, pues, preguntarme por ese obstáculo provisional, al escuchar a Basagoiti hablar del señor X. Decía que si Felipe González era el señor X, la Y estaba aún en el gobierno. No lo ha dicho pero alguien ha sugerido si sería Rubalcaba. Él se ha limitado a apuntar que despejemos nosotros la regla de tres. En ella, quizás, Rubalcaba acabaría siendo la ye. Un chico ye. Yeah.