Me niego a titular una columna sobre Berlanga recurriendo al tópico. Ni ‘bienvenido míster Berlanga’ ni ‘Los viernes, sin milagro’. Prefiero dejarlo en su nombre. Nada más. Nada menos.
Si ahora nos parece grande, dentro de diez años nos parecerá inmenso. Y dentro de veinte más aún.
Con él ocurre como con los grandes monumentos: el Coliseo, la Torre Eiffel o el Empire State. Cuando queremos hacerles una foto de cerca, el resultado nos decepciona. Apenas sacamos un par de piedras o de vigas. Al ver la foto comprobamos que, aunque ésa era la imagen a los pies del monumento, no ofrece la impresión grandiosa que nos daba a nosotros.
La razón es que estamos demasiado cerca para tener una visión completa y proporcionada de lo que es. Desde abajo nos parece inabarcable. Y efectivamente lo es. Tanto que nuestro objetivo no tiene capacidad de recogerlo todo.
Con Berlanga nos ocurre eso. Sobre todo, en su tierra. Lo hemos tenido tan cerca, tan a mano, tan de cada día, que no somos capaces de apreciar su enormidad. Berlanga es tan nuestro que nos resulta normal recordarle al pasear por las arenas de Peñíscola o al ver una cacería de gente corriente con aires de grandeza.
Pero Berlanga no era un directorucho alimentado de subvenciones irresponsables, sin ideas pero con mucha carne fresca que mostrar con un halo de snobismo feroz. Él fue capaz de retratar a una sociedad con sus contradicciones, sus hipocresías y sus paranoias. Pero sobre todo fue capaz de hacerlo con la sencillez aparente que contiene una profundidad asombrosa. En una palabra, de hacerlo de un modo genial. Literalmente genial.
Berlanga es nuestro Fellini, un nombre cuya mención en las enciclopedias no depende de haber sido amigo o enemigo de los que mandan. Él está por derecho propio.
Por haber sido capaz de crear tipos, caracteres, modelos que diferencian al clásico del prescindible. Berlanga es ya un clásico del cine español. Y del humor valenciano, tan despreciado por nosotros mismos y tan admirado por los otros. Su mordacidad era un bisturí capaz de abrir las tripas de España en canal, algo que se echa de menos hoy.