A la pobre Trini, Jiménez de soltera, le toca todo. Como decían en las tómbolas de antiguo: «siempre toca, si no un pito, una pelota». En efecto, a ella le toca todo, el pito, la pelota y hasta el banderín del árbitro.
Nada más llegar a Sanidad se tuvo que enfrentar a la gripe A. Mal. Muy malamente, porque en su afán de ardillita previsora compró millones de vacunas con las que no puede ni hacerse caldo para el invierno. Es verdad que la gripe no nos atacó pero tengo para mí que fue porque no quiso (el bicho, no la ministra) y no tanto por las prevenciones de las autoridades.
Ahora que acaba de aterrizar en Exteriores pensando que era suficiente con visitar a Evo en el hospital y a Chávez en el zoo, se encuentra con una crisis del tamaño del agujero de la capa de ozono. La de Marruecos.
No es que desconfíe de su capacidad, pero me sabe mal que le toque a ella. He llegado a pensar en mi maldad de siesta interrupta que Zapatero pone en su gobierno a las mujeres para hacer como las monjitas de la Sagrada Familia: limpiar la mesa antes de que los caballeros se pongan a trajinar. Y a mí que me perdone la Santa Madre Iglesia pero hay imágenes que se le quedan a una en la retina y cuestan de quitar. Una de ellas es ésa.
Las mujeres de Zapatero se han tragado todos los sapos: lo hizo Mª Teresa Fernández de la Vega yendo a toda catástrofe, disgusto y manifestación de enfado colectivo que discurriera por las Españas para terminar siendo invitada amablemente a ocupar un lugar en el Consejo de Estado.
Ahora le llega el turno a Trinidad Jiménez cuyo hit parade en ese sentido fue el papelón de las primarias madrileñas. Ya entonces vi a las señoras de Zapatero con los trapitos de recoger óleos sagrados, pero ahora aún me resulta más chocante.
Y eso que no me parece mala política. En un lugar equivocado y sin suficiente autonomía como para que se note, pero no parece mala. Solo necesita dejar la tutela masculina.