Tenía ciertas dudas que se empezaron a disipar con la insistencia en la polémica de Sánchez Dragó repetida ahora con Sostres o con la reiteración de gestos innecesariamente molestos.
Sin embargo, ya me he convencido del todo tras escuchar a ZP acusando al PP de querer legislar en latín vaticano y con el anuncio que ayer hizo Rubalcaba de una ley de muerte digna.
Si no es una ley de eutanasia, como dice, ¿qué es? Y si es verdad que se limita a evitar el sufrimiento ¿es necesaria una ley cuando ya los médicos procuran evitar el encarnizamiento terapéutico con los enfermos terminales?
Aquellas dudas, hoy son certezas. Estoy firmemente convencida de que vamos a asistir a una agitación formulada con la hábil producción de falsos debates. Siempre, eso sí, en torno a temas que consigan ofrecer una imagen radical del PP.
La estrategia del PSOE es movilizar a las bases ultras de la derecha española para ahogar a Rajoy. Diría más: si no fuera tan rebuscado, jugaría con la hipótesis de una pinza entre la extrema derecha y el propio vicepresidente Rasputín.
Por eso vamos a oír hablar mucho de religión, de memoria histórica, de clasismo, de machismo o de inmigración. No es casualidad que los temas de debate sean la sumisión al Papa, la voladura del Valle de los Caídos, el sueldo de Cospedal, los tertulianos y escritores derechones ‘salidos’ o las actitudes xenófobas de los líderes de la derecha.
Lo importante es mantener la tensión, dijo Zapatero. Y en eso están: en poner trampas saduceas a Rajoy. De ese modo, nada mejor que plantear temas liminales, es decir, que se sitúan en las fronteras, en los límites, en el filo de la navaja de modo que el PP se sienta en la obligación de defender posiciones políticamente incorrectas para llegar después el PSOE y decir: ¡lo veis, regresa la extrema derecha!
A Rajoy, pues, solo le queda contestar a la gallega, esto es, llevar su propia agenda.