Ratzinger tiene un problema de comunicación. No es que no sepa comunicar. Todo lo contrario. Simplemente no cabe en Twitter, ya sabe, si tiene algo que decir, hágalo en 140 caracteres o calle para siempre. A Ratzinger hay que leerle completo, no en píldoras.

Juan Pablo II era otra cosa. Él tendía a decir frases-eslogan del estilo «Abrid las puertas a Cristo» o «Europa, vuelve a reencontrarte, sé tú misma» pero Ratzinger hace razonamientos, no eslóganes, y eso casa mal con un periodismo de la prisa, el titular y el salto a otra página en cuestión de segundos.

Así hay que entender las dificultades que tiene el Papa para ser comprendido en su totalidad. Si leemos el discurso de Ratisbona que le costó un disgusto enorme con la comunidad islámica, su sentido era la crítica a aquello que desvirtúa lo religioso y lo pone al servicio de otra cosa. Si nos acercamos a la transcripción de sus respuestas a los periodistas en el avión camino de Santiago, veremos que no compara la República y la actualidad excepto en lo que se refiere a las bases de un laicismo agresivo y si ahora nos preocupamos por leer el texto en el que habla del preservativo nos encontraremos que su acento no está puesto en el ejemplo sino en la reflexión global.

Se refiere al uso del preservativo, sin duda, y usa el término ‘justificado’ pero lo que quiere decir no es «se puede usar» sino que el uso demuestra que no todo vale, que no todo esta permitido y que por tanto esa conciencia del límite anuncia una incipiente moralización del acto sexual. O lo que es lo mismo que cuando una prostituta usa el condón para no contagiarse es porque establece límites y eso es lo que el Papa quiere destacar.

Al menos eso es lo que se puede extraer de un fragmento sacado del libro, quizás de contexto y desde luego más reducido si cabe en los titulares de hoy.

Pero a Ratzinger no se le lee completo y así no hay quien lo entienda.