Mi defensa de lo valenciano, gracias a Dios, nunca me ha llevado a rechazar lo catalán. Es evidente que no es necesario y que la paella y el pa amb tomaca no solo no son excluyentes sino perfectamente complementarios.
He de confesar que empecé a amar a Catalunya a través de su cocina; luego vinieron los amigos, la cultura, los estudios y el puro sentido común pero en el principio fue el pa amb tomaca.
Por eso, aunque rechazable la obligatoriedad de la medida, me siento solidaria con una de las últimas decisiones del gobierno Montilla. Ésta consiste en exigir a los hoteles que quieran aspirar a las cuatro o cinco estrellas a tener en su desayuno pa amb tomaca para los huéspedes.
Reconozco que la última vez que estuve en Barcelona respondí exactamente al patrón que quieren potenciar las autoridades. Me acerqué al buffet del desayuno en el hotel y pensé: «tiene que haber». En efecto, allí estaba la aceitera, el jamón y el tomate preparado para untar el pan. Si no hubiera habido, me hubiera decepcionado.
Es verdad que no era igual que desayunar pa amb tomaca en las profundidades de l’Urgell mientras hacía la ruta del Císter porque aquello era un aceite, un pan, un tostado y un modo de untar especiales. Tampoco tenía nada que ver con el placer de empezar el día en pleno Londres con jamón serrano como hice durante meses para encontrar el hábitat británico un poco más amigable.
Las tres situaciones eran distintas pero demuestran un recalcitrante afán por alimentarme equilibrada y placenteramente, algo que no consigo ni con cereales americanos ni con huevos revueltos y salchichas ni con porras o croissants.
Es cuestión de gustos, sin duda, pero también supone ofrecer a los visitantes una joya de la cultura del país. Si se busca una estancia de gran calidad poniendo a su disposición wi-fi en las habitaciones ¿por qué no asociar calidad y pa amb tomaca? Algunos ya lo hacemos de serie.