No me explico cómo se aguanta la risa. Será que se lo cree. Cuando Salgado dice, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, que el Gobierno ha decidido subir el precio del tabaco por salud, yo creo que lo dice en serio. Por eso no se ríe. Y el pobre Rubalcaba mira al frente para que no se le escape la carcajada.
El caso no tiene importancia porque al fumador le enfada igual que le digan que es por eso, por la fase de la luna, por solidaridad hacia las tabaqueras, por pagar las hipotecas de los funcionarios de Guinea Ecuatorial o por puro chinche. La cuestión es que les aprietan aún más las tuercas. A estas alturas los fumadores deben de sentirse especialmente perseguidos. Y conste que lo dice una ex fumadora, encantada de haberlo dejado, y convencida de que lo mejor es no empezar nunca.
Sin embargo, lo que me asombra es que, con la que está cayendo, el Gobierno pretenda usar argumentos ciertos pero manifiestamente secundarios, terciarios o más allá. ¿Alguien en su sano juicio cree que el gobierno ha subido el tabaco para desincentivar su consumo?
Es verdad que los precios elevados desaniman a cualquiera pero a nadie se le escapa que necesitan recaudar por algún lado lo que pierden por otro. Y que, en cuanto nos descuidemos, nos subirán la lotería, la gasolina y el carajillo. Y en esos casos habrá que buscar otro argumento.
Sobre la lotería, es evidente: combatirán la ludopatía; sobre la gasolina, lucharán contra el cambio climático penalizando los combustibles sólidos, y sobre el carajillo, tienen donde elegir pues pueden decir bien que pretenden erradicar el botellón tabernario, los accidentes provocados por el alcohol, la cirrosis, la halitosis, los mondadientes en la comisura de los labios, los vasitos de cortado tan demodé o la sobremesa del almuerzo que empalma con la comida.
A las ruedas de prensa del Gobierno solo le faltan las risas de las series de televisión.