Hay días en los que la actualidad junta nombres de forma caprichosa y totalmente inoportuna. Sucedió así cuando murió Teresa de Calcuta apenas unos días después de haberlo hecho en París Diana de Gales o cuando lo hizo María Zambrano, eclipsada por la sentencia contra Lola Flores y sus despistes fiscales.
Son momentos en que lo inmediato y lo grandilocuente pasan por encima de lo perenne y lo grandioso, es decir, el famoso eclipsa al grande y la circunstancia anula los valores eternos.
Esa es la sensación que me produce ver cómo se unen en el relato periodístico personajes tan alejados. Los diarios de hoy nos lo indican: Assange, Vargas Llosa, Lady Gaga y Ecclestone. En esa retahíla, solo falta pedir al lector que identifique cuál desentona.
Para unos podría ser Assange, el fundador de Wilileaks, detenido en una suerte de rocambolesca operación tras la publicación de secretísimos cotilleos de Estado. Si lo que rechazamos es lo rocambolesco, sería más adecuado escoger a Lady Gaga, excéntrica fabricación artificial de un icono contemporáneo.
Pero quien de verdad se ha presentado como fuente de riqueza ha sido Ecclestone utilizando su ojo morado, firma de los salvajes que asaltaron su casa, para vender relojes. En esa línea de mitomanía podría incluirse la subasta de ayer en la que pagaron 250.000 euros por un guante de Swarovski usado por Michael Jackson.
¿Y a quién selecciono yo? A Vargas Llosa, pero no por su Nobel ni por su condición de escribidor. Lo hago por su capacidad para hablar de aquello que permanece cuando todo lo demás desaparece. Los escándalos, los negocios, las portadas terminarán por apagarse, en cambio la mirada reflexiva del intelectual nos hablará a nosotros y a las siguientes generaciones.
No cabe en el ritmo vertiginoso que nos impone la actualidad. Reivindiquemos, pues, un slow thinking. Si no, estaremos muy conectados pero dejaremos de entendernos.