Algunas televisiones norteamericanas se han negado a emitir la última campaña de la organización de defensa de los animales PETA. Eso en Estados Unidos no es noticia, sin embargo el dato me hizo pensar en las pocas veces que vemos iniciativas de sensibilización por un trato adecuado a los animales en las televisiones de España.
La polémica con este último anuncio recuerda a las que hemos vivido en nuestro país con algunas campañas de tráfico. Cuando son muy duras, siempre se alzan voces que protestan por el daño al espectador.
En este caso, se trata de un spot en el que se ve a los habitantes de una ciudad paseando con el perro, jugando con él en el parque o llevándolo en el coche con el hocico asomando por la ventanilla. La diferencia -y lo escandaloso- es que en lugar de ver un precioso animal peludo y juguetón se ve una bolsa de plástico negro. La que se usa para cadáveres.
La imagen quiere ofrecer ese contraste entre la vida y la muerte de modo que las personas arrastran de la correa a un animal muerto, no vivo. El objetivo es alertar, antes de las compras navideñas, de que es mejor adoptar un perro que comprarlo pues con la adopción se ganan dos vidas: la del perro abandonado y la del comprado que puede acabar en una cuneta cuando termine el invierno y el peluche de Navidad se convierta en un estorbo.
Mientras escribo esto, Coco me está mirando. Es una perra mestiza, geriátrica y dependiente, que toma tres pastillas y un jarabe cada doce horas y a la que no compré. Me la dieron. Y con ella me dieron la oportunidad de aprender a jugar con el cachorro y a cuidar al anciano. 17 años son suficientes para conocer cómo la vida pasa de la plenitud a la decadencia y cada etapa tiene sus enseñanzas. Es una lección que necesitan los niños a los que les regalarán estas Navidades un lindo cachorrito. Jugar es fácil pero cuidarlo, no. Hacerlo les enseñará a mirar más allá de sí mismos.