En apenas dos semanas hemos asistido a dos entregas de premios que repiten una misma imagen: la silla vacía. Si hace unos días lo vimos en Estocolmo durante la entrega de los Nobel por la ausencia del chino Liu Xiaobo, ahora se repite con el Premio Sajarov para el cubano Guillermo Fariñas.
No es casualidad que ambos sean reconocimientos a la lucha por la libertad ni tampoco que se trate de ciudadanos de regímenes comunistas donde alguien decide qué se puede o no pensar.
China y Cuba son dos dinosaurios que sobreviven sencillamente porque no ha caído el meteorito esperado y porque consiguen abrir la mano en lo económico y cerrar el puño en lo político. Eso sí es un milagro de San Mao cinco estrellas.
Y lo peor es que, en tiempos de sometimiento global al capitalismo, no son capaces de ofrecer una alternativa creíble para evitar esa sensación de que somos súbditos del nuevo señor feudal, el especulador financiero. Nuestra vida está en sus manos y su poder es omnímodo; por tener, tiene hasta derecho de pernada como en el medievo.
Mucho se habla de chantaje para referirse a los controladores y, sin negar la mayor, hay que evidenciar que también estamos sometidos a chantaje, avalado por las autoridades y aceptado por todos como si no fuera tal. Me refiero al de los mercados, o sea, de los especuladores y, por extensión, de los bancos.
No hay más que recordar cómo los gobiernos salvaron sus posaderas y las propias ayudando a las entidades bancarias con cantidades desorbitadas. Pero estaba justificado, decían. O lo hacemos o se hunden arrastrándonos con ellos.
De ese chantaje nadie se queja. Es puro funcionamiento del sistema. Un sistema que en ningún momento se plantea el harakiri y cuya alternativa fallida en Cuba o China nos indican que tenemos capitalismo salvaje para rato. En él tampoco hay libertad, como en los países de Liu Xiaobo y Fariñas, pero aquí, al menos, podemos decirlo.