Quizás el ministro Sebastián se quite un café por pagar la luz pero el común de los ciudadanos hace ya mucho tiempo que se quitó ese café y otros más. De hecho, hoy algunos se llevan ya el café de casa en un termo. Mucho se habla del incremento en el uso de la fiambrera pero poco de los termos y la verdad es que no se quedan atrás.
El problema no es el café al que se refiere el señor ministro sino que la luz resta los cafés; el gas, los periódicos; los billetes de metro, las tardes de cine en familia; la bajada de bandera, la ortodoncia del niño y el IVA, la clases de inglés de la niña. O sea, el conjunto de todas las subidas que estamos experimentando y que tendremos que soportar en los próximos meses nos están condicionando la vida y las alternativas que parecían tan obvias hace tan solo un año.
Pero lo realmente preocupante no es el café del señor ministro. Su desafortunada referencia evidencia algo mucho más grave: parece que alguien en el Gobierno –quiero pensar que no todos- ve la realidad a través de sus propios ojos. Es decir, cree que la mayoría de españoles solo vive la crisis como una pequeña molestia que le impide algún que otro capricho.
Eso les ocurrirá a algunos, a los más privilegiados, como el señor ministro, pero no a los mileuristas, a los parados o a quienes acuden a la Caritas parroquial, al vecino amable o al pensionista recuperado de la residencia. Esos, los que componen la realidad más dura de nuestro país, están soportando unas cargas que parecen desconocer nuestros gobernantes, con comida diaria caliente, calefacción asegurada y hasta pensión vitalicia, se jubilen a la edad que se jubilen.
Ellos se permiten decir que pagar más cada mes en el recibo de la luz, del gas o del transporte público es solo una incomodidad y no son capaces de conocer y re-conocer su responsabilidad ante los débiles para quienes una subida no es un café sino una comida menos.