De entre los insultos a los que alude Francisco Álvarez-Cascos en la carta que le ha mandado a Rajoy para anunciarle su baja me ha llamado la atención uno: ‘sexagenario’.
Que le llamen ‘galáctico’ no es negativo pero ciertamente, con esa expresión acuñada tras los grandes fichajes del Real Madrid, se están refiriendo a su condición de ‘figurón’ en las listas, de alguien dispuesto a encabezar una candidatura ‘por ser vos quien sois’ y cuyas exigencias están muy por encima de las del militante de base.
Con ‘terrorista callejero’ la cosa cambia porque no hay por dónde mirarlo para encontrarle una lectura más o menos bondadosa. Parece impropio por mucho que sus actitudes hayan sido poco conciliadoras en la agrupación local del PP.
Ahora bien, llamarle ‘sexagenario’ no tendría que ser motivo de ofensa especial. Es como decir a alguien ‘treintañero’. ‘Sexagenario’alude a su condición de persona mayor de 60. Ni siquiera se está utilizando el sufijo faltón y de manifiesta voluntad ofensiva en ‘sesentón’.
Sin embargo hay algo en el uso del apelativo que implica una clara intención de molestar. Le están llamando ‘viejo’ para la política. Y ahí es donde mi asombro no cesa. Un partido que ha propuesto a Manuel Fraga en su quinta o sexta reencarnación para Galicia y que ha visto cómo, en efecto, los votantes lo secundaban con toda su senectud a cuestas no tiene por qué renunciar a la presencia de un líder mucho más joven. Otra cosa es que quisieran quitárselo de en medio y aludieran a la edad como podían haberlo hecho al color de ojos o la talla de calcetines.
60 no es una edad provecta ni inoperante para la política. Es más, si vamos jubilarnos a los 67, los 60 son totalmente operativos para la vida pública. Es decir, con el incremento de la esperanza de vida, debemos ir cambiando también nuestra mentalidad. L