Hay dos frases manidas a las que tengo una especial aversión. Una es la típica conclusión «es ley de vida», para referirse al envejecimiento o la muerte de un ser querido, el abandono «del nido» de los hijos o la aparición de canas, presbicia o desmemoria.
Aplicada a las fases normales de la vida la afirmación no puede ser más cierta pero en otros casos solo muestra una resignación ante la injusticia o el error que no quiero compartir. Me niego a aceptarla como válida en circunstancias que no son irremediables como un divorcio, la renuncia a terminar los estudios o que el cuidado de los mayores recaiga sobre las hijas y no los hijos.
La otra frase es «tenemos el gobierno que nos merecemos». No es cierto. Tenemos el que hemos elegido y tal vez ése no es igual al que nos merecemos. Normalmente no lo es pero con esa expresión damos por hecho que ambos son equivalentes y que si lo hemos escogido tenemos que asumir las consecuencias. No siempre acertamos con aquello que necesitamos.
Lo mismo debería decirse de la oposición. No tenemos la oposición que nos merecemos, tenemos la que hay. Y ésa, por lo general, tampoco es muy lucida. En realidad, en estos momentos, ni uno ni otra son dignas de los ciudadanos a quienes representan. Porque no hay que olvidar que la oposición también representa a aquellos que la han votado. Menos que quienes sostienen al gobierno y por eso está donde está, pero con votantes en definitiva.
La cuestión se me plantea por el caso valenciano aunque bien podría aplicarse al ámbito nacional. Pero sobre todo nace por la tristeza que produce el desolador panorama del PSPV en los últimos días.
La Comunitat merece una oposición más estimulante porque lo cierto es que hoy por hoy no lo es. Ni asoma un ligero cambio. No ilusiona, se limita a empujar al ciudadano a los brazos del PP. Y lo peor es que no lo hace porque lo haya pactado con Blasco. Es de muerte natural.