Cuando se produce un hecho como el sucedido en Murcia con el consejero de Turismo agredido en la puerta de su casa con un puño americano tendemos a decir que es un hecho aislado. Con eso nos tranquilizamos porque en primer lugar no volverá a suceder y en segundo lugar se ve relacionado con unas circunstancias concretas que no son compartidas por otros políticos.
En este caso que le increparan con un ‘sobrinísimo’ aleja el fantasma para los demás porque se apela a su relación familiar con el presidente del Gobierno murciano, lo mismo que sucede cuando vemos que la siguiente amenaza es «ahora a por la hija de Valcárcel».
Es cierto que llegar a la agresión es un salto cualitativo sustancial que solo un perturbado, un radical ya violento antes de que suceda nada desencadenante o un sicario pagado por un tercero es capaz de dar. Esa es la razón por la que no debemos pensar que una situación política crispada puede desembocar en hechos tan lamentables como el conocido. Sin embargo tampoco podemos dejar de reflexionar sobre el nivel del enfrentamiento entre opositores políticos y, lo que es más importante, cómo el ataque personal y la apelación a circunstancias de carácter privado puede incitar al odio. Que luego este se materialice en un puño americano es otra cuestión.
Lo grave, en cualquier caso, es que se anime a concentrar las iras sobre una persona se llame Pedro Alberto Cruz o se llame Rodríguez Zapatero, Francisco Camps o Rita Barberá. En ninguno de todos ellos, sean de izquierda, derecha o centro, es admisible el intento por causar daño en lo personal o familiar. La entrega política no incluye ese sacrificio y mucho menos la normal convivencia democrática permite esos comportamientos.
Por eso también resulta preocupante que ahora Rubalcaba ofrezca un plan especial. No hay que llegar a situaciones de alarma sino cortar la cabeza a la serpiente de la violencia en cuanto asoma.