Estos norteamericanos van a acabar viviendo en diferido. Primero fue Janet Jackson mostrando un pecho en directo y ahora Ricky Gervais, el presentador de la Gala de los Globos de Oro, despellejando en vivo a todos los divos de Hollywood para escándalo de los susodichos y divertimento del resto.

Tras el incidente de Janet Jackson, la CBS decidió emitir la final de la Super Bowl con cierto retardo y poder así cortar cualquier pezón que asomara por lontananza tuviera o no piercing. Sin embargo, Gervais se les ha escapado y ha vuelto a dar el disgusto, la campanada y el espectáculo en el reino de lo políticamente correcto.

La primera reacción ha sido excomulgarlo para las próximas galas y no dejarle presentar ni sus respetos ni credenciales ni tan siquiera a su señora -¿presentar? vade retro, Satanás- Pero no me extrañaría que en adelante la emisión de la entrega de premios fuera también en diferido. Todo con tal de no volver a vivir in situ el bochorno de un gracioso deslenguado capaz de reírse hasta del mismísimo Abraham Lincoln. Lo dicho, cualquier día empiezan a vivir en redifusión y con pausas publicitarias.

El problema es querer ofrecer un decorado perfecto que siempre obliga a retocar la realidad. Es lícito hasta cierto punto. Es normal edulcorar el show, limar ofensas y pulir los contenidos para no molestar si no es estrictamente necesario pero de ahí a censurar todo aquello que no responda al guión preestablecido hay un abismo.

Es lo que sucede con la iniciativa de Jáuregui para controlar los contenidos de la televisión. ¿Se permitirá decir que «España está en crisis»? Hubo un tiempo en que decir eso era ir contra la nación y ser antipatriota.

Lo que el gobierno necesita es el Wikileaks de la tele, o sea, un Ricky Gervais que destape las vergüenzas de todos los que simulan ser unos dioses. Sea del show business, de las cuentas suizas o de la política menos glamourosa.