Tradicionalmente las campañas electorales eran tiempos de promesas. Desde el «puedo prometer y prometo» de Suárez hasta «razones para creer» de Zapatero. Todo son fórmulas que ofrecen un futuro mejor, con mayor capacidad de hacernos felices.
Esa es la razón de mi curiosidad ante la campaña de las autonómicas y, sin duda, de las generales. ¿Qué prometer cuando no hay dinero para gastar ni siquiera sobre el papel? Ya sabemos que las promesas tienen una vigencia de 15 días, pasados los cuales su efecto catalizador desaparece y su convicción se reduce hasta mínimos dignos de olvido.
Sin embargo, ahora ya lo sabemos, tras la convención del PP en Sevilla donde Rajoy ha anunciado revisar las pensiones de los diputados y senadores; Aznar ha pedido dejarse de ‘pinganillos’ ante la seriedad de la situación y otros barones populares como Basagoiti han hablado de políticas económicas rigurosas.
Ya está claro, pues, cuál va a ser el elemento que sustituya al futuro prometedor gracias al gasto. Ahora prometen austeridad, recortes, rigor y nada de dispendios. La clave está en la redistribución adecuada de los recursos, esto es, que los programas electorales variarán en aquello que aseguran recortarán si llegan al poder.
A partir de ahora vamos a votar -al menos, en teoría- a la opción que elimine gastos más afines con los que nosotros suprimiríamos. Por ejemplo, habrá quien prefiera eliminar pensiones de ex presidentes y quien, en cambio, crea conveniente reducir subvenciones a organizaciones no gubernamentales, ayudas a bancos que reparten beneficios y sueldazos a sus directivos o partidas destinadas a mantener sectores deficitarios.
En definitiva, tendremos que elegir quién creemos que debe costear más esta crisis sabiendo -y eso es lo malo- que en el listado para escoger no tendremos ni de lejos a quienes la han provocado. Esos son como la banca de un casino. Nunca pierden.