En vísperas electorales, leo las noticias políticas como veo los episodios de una serie de calidad media en televisión: solo lo justo para saber quién es quién. Y, a veces, ni eso.
No suelen aportar nada y me enfadan. Que uno diga y el otro replique no es más que un fragmento de programa telebasura de sobremesa en el que se sustituye a Belén Esteban por González Pons o a la Campanario por Ángel Luna. El resto, la misma comedia.
Un caso de escena evitable es, por ejemplo, la comparación de Alarte y Chávez hecha por Camps a cuenta del interés por el petróleo. Es burda, gratuita y torpe. Alarte no necesita ser comparado con el dictador venezolano. Él solo, comparado con Rubalcaba, Blanco o el mismo Zapatero, ya queda en mal lugar. La vinculación forzada con un tipejo como Hugo Chávez es improcedente y más todavía por el asunto del petróleo en el que Alarte no decide nada -y eso es lo malo- y con el que Chávez no demuestra lo peor de sí mismo.
Otro ejemplo es del secretario del PSPV en Benidorm, Rubén Martínez, quien defiende que allí «no se discriminará a los tránsfugas» en la elaboración de las listas electorales.
Me ha dejado en estado de shock. «Discriminar al tránsfuga», qué bonita expresión. Es puro juego retórico de desfachatez inigualable. Al tipo que ha cambiado de chaqueta para seguir tocando poder no se le puede discriminar. Claro que no. Sencillamente hay que procurar que no vuelva a torear al ciudadano.
Discriminar es negar la igualdad de oportunidades pero en este caso el fulano, cuando tuvo la ocasión, demostró deslealtad y engaño al ciudadano. No se le está privando de una oportunidad. La tuvo y la desaprovechó. Lo que se busca es evitarle un nueva estafa al votante. Es pura prevención. ¿Se discrimina al ‘broncas’ por no dejarle entrar en un bar después de haber destrozado el mobiliario? Pues los ciudadanos también tenemos derecho a aplicar el ‘derecho de admisión’.