Lástima que no me pueda presentar. Me refiero a un premio que ha convocado una empresa de Benalmádena para clientes, aficionados y todos aquellos que quieran participar. No puedo presentarme porque es para mayores de 55 años y una, aunque anhela acercarse a la edad de la jubilación como los adolescentes a la mayoría de edad, aún está lejos de alcanzarla. No digamos en el futuro cuando la jubilación, a poco que una se descuide, sea post mortem de tan ampliada que quede.
El caso es que no puedo acceder al premio porque «non ho l’età», que cantaba Gigliola Cinquetti, y eso que me gustaría. Ya sé que es peculiar pero me haría cierta ilusión.
La empresa en cuestión no regala dinero ni viajes ni apartamentos en Torrevieja sino un funeral. Sí, como suena. Un funeral pues no en vano se trata de un empresa de pompas fúnebres. A mí eso de las «pompas» siempre me produce risa. Ya sé que es la expresión clásica para referirse a ceremonias pero es tan old fashion que me parece ridícula. Pompa y circunstancia. Qué retro.
El caso es que no se trata de necrofilia ni de pura tacañería. Me da grima todo lo relacionado con la celebración de la muerte, incluso de la propia aunque tenga decidido dejar un vídeo, unas palabritas o un testamento ideológico donde me acuerde de la santa madre de mis enemigos y haga reír a mis amigos.
Tan poco me importa mi funeral que no termino de entender a quienes, como mi madre, llevan años pagando un seguro para que los deudos no tengamos que abonar el suyo. Es un detalle por su parte pero en esos momentos, yo pagaría lo que fuera y si soy yo la finada, simplemente, me importará un bledo lo que hagan conmigo.
Si me interesa lo del premio no es para mí ni, como ofrece la empresa fúnebre, para algún familiar. Yo lo querría para hacer un regalo. Una, que es todo corazón. Qué mejor que mandarle a tu enemigo un bono regalo de casi 3000 euros a gastar en su propio funeral.