Si es por ahorrar, yo propongo volver a la tartana. A la tartana y el burro, como el tio Pep. Lo digo por esa decisión con la que ayer nos tomábamos el café de sobremesa: que el Gobierno, decidido a ahorrar, había bajado el límite máximo de velocidad en autopista de 120 a 110 kilómetros por hora.
Y yo, que estoy a muerte con este gobierno en eso del ahorro energético -de hecho abogo por suprimirlo a él- le propongo un paso más: vayamos andando. Tiene todas las ventajas y ningún inconveniente, a saber, la única energía que gasta es la propia que, además, en estos tiempos de sedentarismo y obesidad, debe ser canalizada por algún lado, salvo por el tubo de escape en forma de gases de efecto invernadero, con tal de no quedar depositada en nuestras cartucheras.
Hay que reconocerle mérito al gobierno pues con una sola decisión, absurda y sorprendente, da un aviso a Libia que nos vende petróleo; a la Guardia Civil de Tráfico, que nos multa si nos pasamos del límite aunque sea un kilómetro por hora y a la sociedad en su conjunto que se dedica -nos dedicamos- a comentar cualquier ocurrencia. Es un tres en uno monclovita.
Estoy convencida que estas ideas brillantes están diseñadas en algún documento de los que serán carne de cañón en Wikileaks 5.0, allá por el 2050. Para mí que son fruto de un ‘brainstorming’ en el gobierno donde se reparten los tiempos en que cada uno dará a conocer una historia más delirante que la del otro.
Me dan ganas, incluso, de crear una iniciativa como la que refleja la película ‘La cena de los idiotas’ pero llamándola ‘de los ministros’. Y a ver quién lleva la idea más estrambótica y poco perdurable. Admito que no sabría a quién invitar.
No es que me parezca mal ahorrar energía pero esta medida es poco eficaz, insolvente, fugaz e irrelevante para el resultado final. Aunque esto siempre depende de cuál sea el objetivo. Y eso probablemente no nos lo han dicho.