Cuando un atracador se atrinchera en un banco y toma rehenes para presionar a las autoridades, no suele faltar la figura del negociador. Se trata de una persona de confianza de la policía que es capaz de generar también confianza en el atracador, al menos, la suficiente como para hablar con él y, en ocasiones, aceptar sus condiciones.
Ser negociador requiere sangre fría, capacidad de diálogo y ganas de llegar a un punto beneficioso para ambas partes. Justo todo lo que le faltó al ministro Blanco en su conflicto con los controladores aéreos.
Lo ha demostrado la gestión de Manuel Pimentel en el arbitraje al que se han sometido para resolver el conflicto que se había enquistado entre AENA y los profesionales.
El acuerdo al que se ha llegado indica, antes que nada, que era posible. Por tanto no resulta aceptable que se nos presentara a los ciudadanos como un conflicto irresoluble. ¿Era cabezonería, inflexibilidad o ganas de demostrar la capacidad de dominar la situación por parte de cada uno?
La cuestión es que aquello nos trajo consecuencias negativas a los ciudadanos. A los retrasos y perjuicios inmediatos en el Puente de la Inmaculada, hay que sumar todos y cada uno de los problemas derivados de los pulsos entre la empresa y los controladores. Y no basta con echar la culpa a los interesados -aunque nadie les obligue a hacer huelgas salvajes-.
Llegados a este punto, hay que exigir responsabilidades a quien se limitó a culpar. Blanco no pudo o no quiso frenar esa huelga salvaje. Si lo hubiera querido de verdad podía haber buscado a un negociador que evitara la catástrofe.
En lugar de eso se limitó a señalar con el dedo al grito de “niños bien” y el resultado fue muy parecido al del atracador con rehén: en lugar de ocupar una sucursal bancaria, ocuparon los aeropuertos y tomaron a los viajeros de parapetos. Por eso, en casos así, hacen falta negociadores. Negociadores para huelgas.