Dice el gobierno que las medidas que se están tomando para ahorrar energía no son improvisadas. Es posible que todo esté planificado desde hace tiempo pero entonces ¿por qué subvencionaron la compra de automóviles hasta hace dos días, como quien dice, si íbamos a acabar promoviendo el transporte público, el menor consumo de gasolina y la penalización del diesel?
Y no digo que me parezca mal. Forzado pero necesario. Todo esto, mal que nos sepa, nos impone por decreto la conciencia ambiental y eso ya es un avance. Se me podrá decir que el interés por cuidar el medio ambiente no puede inocularse pero sí puede crearse una dinámica que invite a ello.
Ayer mismo lo experimenté en el supermercado cuando la señora de delante sacó una bolsa de tela y yo, mi carro de la compra -bendito y alabado sea por siempre su inventor-. La cajera quedó encantada y apeló al futuro cobro de las bolsas. Y las tres terminamos loando las virtudes de un entorno ‘green’ para las siguientes generaciones. Por un momento pensé que íbamos a bailar en grupo junto a los demás cajeros y el resto de clientes, como si de un musical o un anuncio de ballerina se tratara. Creo que el señor que iba detrás de mí también lo pensó con su bote de nescafé y sus prisas de ayuno matutino.
La conclusión es que en efecto hay formas de hacer que cambie la mentalidad. Pruebas de sobra nos ha ofrecido este gobierno. Por eso cuando ayer supe que el secretario autonómico de Familia pedía un cambio cultural para favorecer la conciliación, me identifiqué absolutamente con él pero luego pensé que las autoridades son las que sí tienen en su mano cambiar las cosas.
Pienso sobre todo en la dificultad de conciliar de un hijo con un padre anciano. Las leyes siempre velan por el padre que cuida al hijo pero no al revés. Y el cambio cultural empezaría por una legislación que impusiera a las empresas la sensibilidad que no tienen al respecto.