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María José Pou

iPou 3.0

La edad de los móviles

Hace un tiempo, en una clase de idiomas, el profesor nos propuso como tema el uso de teléfonos móviles. Es un tema recurrente porque todo el mundo tiene uno y resulta polémico tanto su uso y abuso como las normas sociales o de urbanidad asociadas a él. En una palabra, es un tema universal de conversación, que era de lo que se trataba.

Por lo general no noto la diferencia de edad en esas clases aunque algunos alumnos tengan 20 años menos que yo. Sin embargo, hubo un detalle con el que me di cuenta, de verdad, del paso del tiempo. Fue el momento de contestar a una de las preguntas del profesor: “¿a qué edad tuviste tu primer móvil?”. Me desarmó.

Yo recuerdo el primero de los trastos de telefonía que he tenido. Enorme, pesadísimo y antipático. Y lo recuerdo bien porque ya trabajaba y me lo podía pagar. Nada que ver con las respuestas de mis compañeros de clase más jóvenes. “A los 10”, “a los 12” o “a los 15”, fueron diciendo cada uno de ellos. “Para la Comunión”, añadió alguno.

Yo jamás podré decir que me lo regalaron en la Comunión (cosa que celebro) o que mis padres pagaban la factura y no podía llamar a quien quisiera. Yo ya tenía veintitantos cuando me compré un teléfono móvil para asombro de los allegados.

He recordado esa anécdota porque acabamos de celebrar que el primer móvil se comercializó hace 30 años y parece que algunos, sin embargo, nacieron con él incorporado. Reconozco que no es mi caso y que mi tendencia, para desesperación de mis amigos, es utilizar el móvil como contestador automático portátil. Y sin que ello lleve aparejada la escucha de los mensajes.

Sin embargo, la dependencia que hemos creado en tan poco tiempo de este dispositivo es, cuanto menos, sorprendente. Los jóvenes de hoy ya no saben cómo es una vida sin él. Yo sí. Y creo que no estaba nada mal. Pero seguramente a todos aquellos que me intentan localizarme sin éxito les parezca lo contrario.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.