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María José Pou

iPou 3.0

Invertir en felicidad

La razón por la que gobiernos como el nuestro dedican tantos esfuerzos a que dejemos de fumar, dejemos de comer grasas trans, nos pongamos el cinturón de seguridad, hagamos más ejercicio y adquiramos hábitos de vida saludables no es la bondad de sus intenciones y su preocupación por que estemos sanos y lozanos, sino el ahorro. Lo que pretenden es reducir los gastos sanitarios derivados de todos esos comportamientos nocivos que minan nuestra salud.

Es un objetivo loable puesto que consiguen varios objetivos en uno: aumenta nuestra salud, tenemos más dinero público para fines necesarios y produce efectos pedagógicos en las nuevas generaciones.

Lo he pensado al leer un informe elaborado por la Gallup Organization de Princeton, en Nueva Jersey, sobre la felicidad. Dice el psicólogo que ha dirigido el estudio que ser feliz ayuda a vivir más y en mejores condiciones.

No es algo especialmente nuevo. Hace tiempo que sabemos que el estado de ánimo influye en la recuperación del enfermo y en el bienestar general de la persona.

Lo que señala el estudio es que sentirnos felices nos ayuda a vivir más y mejor. El problema es que nadie nos enseña a ser felices y, aunque no tengo claro quién y cómo debería hacerlo, entiendo que si la felicidad nos hace vivir sanos, los gobiernos deberían invertir en felicidad.

Imagino que es una tarea de las familias pero si han sido capaces, muchas de ellas, de descuidar la mínima formación en valores, parece imposible pedirles que enseñen a ser feliz. Sobre todo cuando quienes deberían enseñarlo no saben.

Tampoco lo veo razonable en el centro escolar salvo como refuerzo de aquello que el niño aprende en casa. Saber gestionar la frustración, saber asumir el fracaso o saber posponer la gratificación son aprendizajes que forman parte de la maduración de la persona en toda circunstancia. Y los gobiernos deberían invertir en planes que ayudaran a conseguirlo.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.