Hubo un tiempo en que se lanzó el infundio de que Zapatero era gafe. ¿Lo recuerdan? Por entonces nadie quería que fuera a Viena para no acabar con el sueño de la Eurocopa. Con lo bien que le iba a España, no era cuestión de estropearlo a última hora por un “error de protocolo”, digámoslo así. Luego la Selección ganó la Eurocopa y más tarde el Mundial, se nos pasó la neura y dejamos de cuchichear que tenía mal fario.
Ahora, sin embargo, nadie lo dice pero todos actúan como si lo realmente lo tuviera. Huyen de su presencia en campaña como quien ha visto al diablo, porque Zapatero se ha convertido –quien lo ha visto y quién lo ve, como dijo Llamazares- en eso: en una presencia. Es un ectoplasma inquietante que no termina de irse ni de volver. Que sigue ahí y no sabes muy bien qué pretende y adónde va. Si tiene el alma en pena, si ha de cumplir un deseo truncado antes de morir o si vuelve al mundo de los vivos para recordarles, como Mr. Scrooge, que debemos ser buenos o terminaremos por arrepentirnos o convertirnos en Rubalcaba a las doce de la noche.
Para el PSOE, Zapatero es una presencia, no absoluta sino irreal y etérea. No es física pero se siente. Zapatero sobrevuela cualquier federación socialista como aliento en la nuca del candidato a quien no llega la camisa al cuerpo de pensar en que pueda asistir a su designación o al mitin de cierre de campaña.
Por eso ha chocado tanto a todos que se vaya a dejar ver, según dicen, en el mitin de Valencia. ¿Tan por perdido lo dan? ¿Tan convencidos de que no hay nada que rascar que se ofrecen como chivo expiatorio para que el jefe esté en la campaña pero haga el menor daño posible? ¿O es que quizás aquí tienen preparado un cabeza de turco que pagará por todos el estropicio dimitiendo tras el batacazo electoral y nadie culpará a Zapatero?
Me resisto a creerlo. Si le han invitado es porque aquí están Alarte y su gente. Los ghostbuster.