Quien ha padecido alguna vez el dolor agudo de la ciática puede imaginarse lo que sufre quien soporta una hernia discal. Quien lo probó lo sabe. No digo más.

Por eso cuando mis fuentes me aseguraban que Camps no iba a operarse hasta pasadas las elecciones yo pensaba «¿y será capaz de aguantar nada menos que quince días de puro agotamiento yendo de acá para allá?». Si en esos momentos no se puede ni cambiar de postura en la cama ¿cómo soportar el vaivén electoral?

Ya hemos visto que resultaba inhumano pedirle ese sacrificio y la verdad es que celebro que se haya decidido a pasar por el quirófano. Y a hacerlo, además, en el hospital que me toca a mí.

Da tranquilidad pensar que el presidente de la Generalitat pueda estar esperando en un pasillo hasta que le entran en rayos; que pruebe la leche con malta que ni es leche ni malta ni achicoria ni agua sucia; que comparta habitación con otra persona cuyos familiares armen follón a través del biombo o su familia tenga que dormir en ese sillón abatible donde contagiarse de la hernia discal. ¿Que dicen que eso no se contagia? Prueben el sillón y me cuentan.

Las malas lenguas dicen que a él no le harán compartir habitación en la que, con un poco de mala suerte y un enfermero rumboso que te dé la vuelta al sondarte o cambiarte la cama, puedes acabar enseñando el culete al mundo entero. Y eso, con las nuevas tecnologías, no significa al resto de la planta sino a la cámara del iPhone del algún desgraciado que pase por allí y termine subiendo la foto al Twitter.

Gracias a Dios cuando he pasado por el Peset no existían las redes sociales pero me temo que la próxima vez coincida con algún exhibicionista de lo cotidiano capaz de colgar en Internet la foto de su sonda, de su gasa, de sus puntos, de su bandeja de sopa y tortilla a la francesa o de las piedras de su vesícula en 3D. Solo confío en que se limite a su propio ego y deje el mío en paz.