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María José Pou

iPou 3.0

Subir la colina

Hace unos días tuve ocasión de ver un vídeo del tsunami sufrido en Japón. El enésimo, lo sé, pero en este caso no solo se veía la llegada de la terrible ola como una manta que arrasaba todo a su paso sino algo más. Estaba grabado desde una colina próxima y a lo lejos se veía un nube de humo que envolvía la ciudad pero, sobre todo, se apreciaba cómo algunas personas corrían hacia la montaña para intentar salvarse.

El vídeo me pareció terrible por dos motivos. El primero, por lo que se escucha. No sé japonés pero solo el tono que utilizan quienes, desde las laderas, están viendo cómo desaparece su mundo es escalofriante. Me imagino esa sensación si desde la Calderona pudierámos -Dios no lo quiera- ver cómo el mar se traga Valencia. Estar viendo desaparecer El Cabanyal, El Carmen o Russafa; estar comprobando cómo sus casas navegan con esa lentitud terrible de la ola gigante y cómo, de pronto, todo el skyline se iguala porque ya no existen edificios, ni calles, ni plazas, ni avenidas.

La segunda vez que lo vi, le quité el sonido. Sobrecoge y se saltan las lágrimas de pensar en tanto dolor.

El segundo, por lo que se ve. Las personas, no las casas flotando ni la masa negra de agua y lodo que todo lo engulle. Personas que corren, que escapan o que ayudan a otras a subir la montaña; personas que en unos segundos pasan con el coche y lo siguiente es una ola que los llevará en su panza. Son las personas las que están debajo de ese barro asesino.

Por eso, aunque hace unos días que lo vi y ya lo había archivado en la memoria, lo recordé ayer cuando supe que el 50% de las víctimas del tsunami eran personas mayores. El dato me golpeó y me hizo pensar en todos aquellos que no alcanzaron la colina porque la artrosis no les dejó correr. Las guerras se ceban en los jóvenes pero las catástrofes, en los mayores. En cualquier caso, los más vulnerables ante el odio de sus mayores o ante su propia limitación.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


abril 2011
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