¿Hay vida más allá del Barça-Madrid? Reconozco que lo mío no es el fútbol. Lo intenté. Bien sabe Maradona que lo intenté cuando el Mundial. Entonces me entretenían mucho las papas y la ensaladilla durante el partido. Quizás por eso creí nacer en mí un brote verde futbolero que podía convertirse en un frondoso sauce llorón, pero parece que se marchitó antes de florecer.
Ya sé que el aficionado no necesita dedicarse a abrir un pistacho mientras corre Iniesta por la banda pero, a mí, que no entiendo mucho y me cuesta apreciar la belleza de la jugada excepto como coreografía, me nace el paseo por la cocina o el zapping intrapartido y así no hay quien vea nada. Sobre todo, porque cuando me descuido oigo un «gooooooool» y ya sé que llego tarde a lo mejor del match.
Sin embargo, ver Valencia llena de culés y madridistas felices antes del partido, confiando en su gloriosa victoria, da alegría. Aunque no te vaya la vida en ello, siempre tienes amigos de uno u otro equipo, y es entonces cuando sientes ese lazo y te alegras por alguno de ellos cuando ves el resultado. Te imaginas lo feliz que está y ya tienes bastante. Bastante con consolar al contrario.
En ocasiones como las de ayer, se revive esa sensación de formar parte de una circunstancia que nos une más allá de los colores. Ya sé que decir eso con un Barça-Madrid es muy difícil pero no imposible. Reconozco que cuando circulaba con el coche por las calles de la ciudad y veía a grupos de uno u otro color, con su camiseta, su bufanda y sus ganas de disfrutar, me nacía una sonrisa.
Quizás era eso o simplemente la convicción de que anoche iba a ser comodísimo ir al cine o ir a cenar mientras no fuera en los alrededores de Mestalla, o a pasear tranquilamente por zonas alejadas del estadio. Como así fue.
En definitiva, se puede vivir sin un Barça-Madrid, pero uno de vez en cuando no está mal ni para la hostelería ni para alegrar el espíritu.