Ya lo decía Pere Navarro, el director de la DGT. No es bueno mezclar conducción y copas a las tantas de la madrugada. El resultado nunca es bueno pero a veces es peor.
Si no que se lo digan a Sergio Ramos quien, envalentonado por la euforia del triunfo futbolístico, dejó caer la famosa Copa recién ganada en Mestalla poniéndola a los pies de los caballos lo que, tratándose de un mundo motorizado, significa bajo las ruedas de un autobús.
Fue un momento confuso, de estupefacción e incredulidad, que terminó por convertirse en uno de los vídeos más vistos de la jornada y, sin duda, lo más comentado con chanza y cachondeo nacional. Yo de él, dejaría de ligar con la manida fórmula de «te invito a una copa». Cualquier chica ,ante tamaña proposición por parte de un torpe de ese calibre, saldría corriendo a ponerse un casco no fuera a romperle la crisma con un copón.
Entiendo que levantar ese peso en un autobús que produce al avanzar cierto vaivén es difícil y arriesgado pero me pregunto qué hubiera pasado si hubiera caído encima de un pobre aficionado. Algunos, ya lo sé, darían lo que fuera por ser golpeados por la Copa del Rey recién ganada y los habrá, incluso, que harán lo que un fan después de tocar a su ídolo: no lavarse la mano por siempre jamás. En el caso del chichón, cabe la posibilidad de dejarlo como reliquia de tan insigne cabezazo.
Ahora bien, ver caer ese pedazo de artefacto glorioso pero pesado como él solo debe de dar un miedo atroz. Lo bueno es el efecto desmitificador que tuvo la caída. Era como presenciar el fin de un mito. La Copa mimada, besada, alzada y adorada pisoteada por un Michelín lleno de barro.
En la escena se puede ver también esa presencia de la cultura Twitter, con cientos de Smartfones iluminando el momento con la luz de su pantalla e inmortalizándolo con los píxeles de su cámara. Las exclusivas se han puesto imposibles hasta para los vídeos de primera.