Una de las razones por las que no me gustaría alcanzar un alto cargo es por las camarillas que lleva aparejado. Lo pensaba hace unos días mientras veía el ‘Tengo una pregunta para usted’ que la RAI emitió con el Papa de invitado.
El formato no era el que estamos acostumbrados a ver aquí en la televisión española, esto es, el personaje entra en el estudio y se somete a las preguntas de los periodistas y/o de los ciudadanos allí presentes.
En el caso de Benedicto XVI, el Papa permaneció en los apartamentos pontificios donde un equipo de la televisión pública italiana grabó preguntas y respuestas. Después las preguntas fueron emitidas en un programa más amplio (solo eran siete preguntas) mientras en el estudio tres invitados respondían a otras cuestiones y comentaban lo dicho por el Papa.
Decía lo de las camarillas porque la elección de un formato tan poco natural fue muy criticada. Y con razón.
Lo peor es que las críticas iban dirigidas al propio Papa cuando estoy convencida de que no es él quien impone ese tipo de restricciones sino su camarilla o los propios directivos de la RAI, más papistas que el Papa, nunca mejor dicho.
Benedicto XVI no es precisamente un timorato, inseguro y débil, que no pueda enfrentarse a un cara a cara con su peor crítico. Lo hizo, siendo cardenal, frente a un ilustre pensador nada sospechoso, Habermas. Sin embargo, la televisión escogió un modelo que invitaba a pensar en censura previa y prevención de la pregunta molesta.
Por ejemplo, que apareciera en el programa una mujer con un hijo en estado vegetativo desde hace años pone sobre la mesa el problema de la eutanasia. Sin embargo la pregunta no iba en esa dirección. No era un mala pregunta pero era políticamente correcta: la mujer preguntó al Papa por el alma de su hijo.
Fue un paso novedoso pero apocado y precavido. Lo mejor hubiera sido poder preguntar al profesor Ratzinger en lugar de al Papa.