La verdad es que cuesta imaginar una escena semejante en España. Me refiero a las celebraciones en las calles y la condecoración de Obama a las fuerzas especiales que acabaron con Bin Laden.
¿Hubiera sido posible en España que los GEOS que se apostaron en el piso de Leganés hubieran entrado y hubieran disparado hasta la muerte a los presuntos autores del atentado del 11-M?
¿Es imaginable que España entera hubiera aplaudido ese gesto hasta el punto de acoger con entusiasmo a Zapatero si hubiera sido él quien hubiera dado la orden, sin pedir responsabilidades políticas ni judiciales?
En España nuestros cuerpos especiales se sacrificaron también. Como los Navy Seals norteamericanos, se la jugaron e incluso sufrieron la pérdida de uno de sus hombres, cosa que no ocurrió con los estadounidenses. Lo único común a las dos situaciones hubiera sido eso: el sacrificio de los agentes y el reconocimiento de la sociedad.
Por lo demás, los terroristas de Leganés no fueron asesinados; decidieron poner fin a su vida. El martirio es pregonado por los partidarios de Al Qaeda y de su líder aunque, curiosamente, Osama no optó por la «inmolación» voluntaria sino impuesta tras el «encuentro» con las tropas norteamericanas.
En España los deseos de venganza de todos se sometieron a la actuación prudente de las Fuerzas de Seguridad. Una prudencia que conminó a los terroristas a salir antes de entrar disparando; que les lanzó gases lacrimógenos en lugar de bombas y que, desgraciadamente, terminó con la muerte de un GEO en la voladura del piso.
Aquí no celebramos por las calles la muerte de esos siete indeseables, si es verdad que ellos causaron las 191 víctimas.
Aquí exigimos justicia. Y la hubo. Hubo un juicio por aquella matanza. No hubo cadáveres en el mar.
Por eso no debemos achantarnos ante la que se supone la más antigua democracia del mundo. La nuestra es joven y, como tal, más exigente.