Vivía feliz ignorando la campaña hasta que lo vi. Era Alarte asomado a todas las ventanas de Blanquerías. No era un cu-cu gigante. Eran carteles electorales. Un auténtico mitin de pared.

Conste que a mí la campaña actual ni fu ni fa. Como a casi todos. Y más cuando escucho a Rita decir que el objetivo es conseguir un éxito aplastante para forzar las elecciones generales. ¿Pero no se trataba de mirar por los intereses de los valencianos y para eso nada mejor que el tío Paco y la tita Rita?

Ahora resulta que lo importante es llevar a Rajoy a La Moncloa. A ver si ambos van a ser incompatibles y terminan por anularse mutuamente. No lo digo por la Alcaldesa Flor de Pascua, obviamente, capaz de elevar a Mariano a la Casa Blanca y más allá. Cual Buzz Lightyear edición Perla del Turia.

Volviendo al impacto del que aún no me he repuesto. Estaba una servidora cantando a pleno pulmón en el coche con Estrella Morente, mano a mano, «que mandilón, mandilón, que mandilón mandilón, que de cabeza a cabeza me meto yo en el pilón», y de pronto cruzo el puente de Serranos y ¡zas! Blanquerías empapelada con Alarte.

No esperaba verlo yo en cada ventanuco como si de una Julieta valenciana se tratara, a punto para esperar a Romeo con las trenzas deslizándose por la fachada. No es que me moleste, ojo. Fue solo efecto de la sobredosis. Lo malo es que se acompaña del eslogan «la dignidad de un voto».

Todo ello no tendría más importancia si no fuera por lo aburrido que es ese semáforo que invita a las interpretaciones absurdas. Una de ellas fue la de analizar freudianamente los cartelones que tapan las ventanas y que impiden, por tanto, ver la realidad de fuera excepto tras el tamiz del rojo cartelón.

O también la duda acerca del eslogan. ¿Hubiera sido mejor decir «la dignidad de tu voto?». Lo digo porque la de «un voto» parece escaso. Fue lo primero que pensé. ¿Tan mal lo ven que solo cuentan con uno?