El día después de una jornada electoral hay que ser muy prudente con las razones que se esgrimen para explicar una tendencia. Por eso me sorprendió la prisa de la portavoz electoral Elena Valenciano por salir al paso de los sondeos y exponer, a las 20.05, que la razón de la debacle socialista era el descontento y la crisis.
No es la primera vez que se apela a la crisis para interpretar por qué ha bajado la confianza de la gente hacia el PSOE. Sin embargo, aun siendo cierto en una parte, ese argumento no consigue explicarlo todo. De lo contrario los gobiernos autonómicos del PP, como el de Francisco Camps, se hubieran resentido también. ¿Por qué iba a ser solo el estatal y no el local el perjudicado por el descontento, que existe, y por la situación económica, que nos está golpeando a todos?
Sin duda, éstas son las elecciones del enfado. Prueba de ello han sido las manifestaciones del 15M. Por eso parte de los votantes de izquierda han preferido dar su aval a partidos críticos con la política del PSOE. Eso supone una esperanza pero también un riesgo evidente.
La esperanza viene dada de la exigencia de una sociedad doliente que demanda justicia social y coherencia a un partido que sienten que les ha abandonado. El riesgo es el abismo que se abre hoy y que puede precipitarnos al fondo dentro de un año.
En clave nacional, el discurso del PSOE para 2012 ha de fagocitar las opciones de izquierda que le han arrebatado espacio. Eso significa asumir sus tesis para contrarrestar al PP y eliminarlos del espectro político.
En clave local, ocurre lo mismo con un PSPV tocado y hundido. Zapatero tenía razón: ha habido sorpresa. Le han crecido a Alarte los hermanos de su izquierda. Quizás por el descontento general o sencillamente por el rechazo a un modo ineficaz de gestionar la oposición. Muchos valencianos están exigiendo soluciones y no solo estrategias de desgaste. Y eso va para todos.