Una de las reacciones que me sorprendieron en la noche electoral fue la de un portavoz de los acampados que, al preguntarle por cómo iban a organizar el seguimiento del escrutinio, dijo que no lo habían previsto porque no les interesaba. Es cierto que ellos mismos habían advertido que el resultado de las elecciones no iba a modificar sus posturas pero de ahí a no interesarse por las elecciones media un abismo.
Me identifico con quienes se sienten indignados con un sistema que nos convierte en una pieza más y solo espera nuestra rendición, pero en todo este movimiento se dan por supuesto cosas que no acabo de ver.
Una de ellas es la censura hacia la democracia existente. Es cierto que es imperfecta, que está limitada y que necesita ajustes. Hay quien votó el domingo a un partido que no ha obtenido representación, de modo que puede decir que nadie le representa ni en el Ayuntamiento ni en Les Corts, aunque sus miembros sí representan a los valencianos. Pero eso no quita para que sienta que ha podido hacer oír mi voz. ¿Que aún no son suficientes como para que esa voz se escuche? Tal vez y debe arreglarse, pero no negar la mayor.
Lo que tengo claro es que los acampados no me representan. Tienen mi apoyo porque están planteando cosas que me preocupan por lo que les agradezco su dedicación y sacrificio. Pero no me representan porque no les he elegido. Es verdad que cualquiera de nosotros podemos acudir, coger un megáfono y decir lo que pensamos pero si no tenemos tiempo o disponibilidad, podemos mandar a alguien que lo haga en nuestro nombre. Para eso votamos el domingo.
Por tanto, la democracia que existe es válida. Incompleta y revisable porque no hay modo de pedir cuentas, pero válida. Muchos se jugaron incluso la vida para que la tuviéramos. Ahora toca mejorarla y avanzar, pero no despreciarla. Incluso con un resultado adverso o vergonzante. Es la voluntad popular. Literalmente.